Thursday, March 15, 2007

Animal de costumbre


Para Karina

Siempre me ha costado tragar las pastillas, así que tengo que morderla y deshacerla en pedacitos. Uagh! Ese sabor amargo que tanto odio. ¿Podrías poner más tenue la luz que me duelen mis ojos? No sabía que te interesara tanto escucharme, ¿a qué hora tienes que irte? Está muy bueno el clima y el pasto está muy cómodo.

¿Wolfgang? Últimamente me ha tratado más amable que de costumbre. Era algo extraño, parecía que tenía el presentimiento de que algún día iba a irme. Los últimos meses había sido muy atento conmigo; me llevaba la comida a tiempo, me dejaba salir del zulo más seguido, conversábamos luego que regresaba del trabajo mientras jugábamos ajedrez.

La otra vez que regresó después de media noche, de un juego de fútbol, me contó que ya terminado el partido, se armó una pelea masiva (nada raro en un partido de semifinal en Viena) y que se había emocionado pateando a un muchacho en la cara hasta dejarlo inconciente. Se creía la gran cosa, la gran persona. Desde ese momento adoptó una posición muy mandona.

Me acostumbré a obedecer todo lo que me ordenara, sin preguntar ni poner ninguna objeción. Es más, consideraba lo que él decía como lo que estaba correcto y lo que se tenía que hacer. Era un maniático de la limpieza y del orden en la casa, cuando me dejaba subir a comer con él, tenía que seguir un estricto orden de protocolo con los cubiertos y la servilleta. Y con el vino ni se diga, tuve que aprender a degustarlo como él me decía, de lo contrario se enojaba conmigo. Me gustaba como cocinaba, sobre todo las pastas, las hacía de miles de formas: pasta al curry, pasta con gambas, pasta a la Príncipe de Nápoli y también muchos tipos de sopas: sopa de cebolla, sopa alemana, sopa de guandú. Tenía que evitar cualquier ruido al comer o al beber, porque eso lo irritaba tremendamente. Una vez preparó sopa de cebolla, y yo que odio la cebolla, no me la quise beber; se puso tan histérico que me tiró la sopa al piso de un manotazo diciéndome que tenía que comerme absolutamente todo lo que él preparara, me asusté tanto que me quedé pasmada y con los ojos llorosos el resto de la cena.

A pesar de lo estricto que era, las noches que cenaba con él eran de mis favoritas; prefería estar en el comedor con él, que comiendo sola en el zulo.

- Hoy me pasaron un memorandum.

- ¿Por qué? ¿Qué le dijeron?

- Que tenía que mejorar mi convivencia con los demás, porque en esa compañía no se podía tolerar los conflictos entre empleados.

- ¿En serio? ¿Y qué les dijo?

- Pues nada, aunque me dieron ganas de decirle que se metiera su convivencia por el culo.

- ¿Y qué piensa hacer?

- Nada, si me corren de ese trabajo me harían un favor; la verdad desde hace tiempo estoy pensando en renunciar. No quiero saber nada de esos infelices. Termínate la comida…

Pues al comienzo lo tenía mucho en mente, aunque llego un momento en el que me había hecho la idea de que pasaría el resto de mi vida con él. Una vez me llevó a esquiar a los Alpes. No tenía otra cosa más en mi mente. Me moría de ganas de decirle a alguien quien era yo, pero él ya me había advertido en el camino que si me veía hablar con alguien le cortaría el cuello. Cuando tuve que ir al baño me esperó afuera, quise huir por la ventana pero no tuve el valor, tampoco de hablar con una señora que entró a lavarse las manos; creo que se percató de que la quedaba viendo nerviosa, porque me preguntó si se me ofrecía algo. Pasó lo mismo cuando nos íbamos a comer a un restaurante, trataba de hacer cualquier cosa para llamar la atención del mesero, pero solamente lograba desconcertarlo. Trataba de mantener las apariencias, aunque muchas veces me desesperaba mucho al ver que nadie entendía lo que trataba de decirles y sólo quería regresar al zulo. Cuando íbamos de compras al supermercado, sonreía a todo el mundo para ver si me reconocían; digo, me imagino que si mi rostro salió en todos los diarios y noticieros alguien me hubiera podido reconocer. Me sentía estúpida al quedarme un rato sonriéndole al de la caja o al que despachaba las carnes, me daba pavor hablar con alguien; decirles que yo era la niña que salía en los diarios y la que sonreía en las cajas de leche.

Fueron como dos años que pasé sin salir del zulo y alrededor de seis años para que me sacara por primera vez de la casa, y sólo porque tuve una crisis de depresión que me hizo no querer comer por tres días. Me llevó a comer al Bettelwürhutte que quedaba pasando el puente La Mercè al otro lado del Danubio casi saliendo de la ciudad, ¿has ido?

No la pasé del todo mal encerrada; tenía una colección de libros impresionante, me leí la versión original de Veinte mil leguas de viaje submarino y la Divina Comedia como tres veces. No tenía televisión, solo una radio vieja en la que cuando dejaba abierto el zulo subía a esperar a que pasaran alguna canción de Robbie Williams. Una vez llegó temprano del trabajo y me encontró en la sala escuchando la radio; me preguntó que qué escuchaba, le dije que estaba esperando a que pasaran Rock DJ, la nueva canción de Robbie Williams. Me sonrió y me dio un beso en la frente y se fue a preparar la cena. Al día siguiente me llevó un CD Player y el disco de Robbie Williams; fue uno de los días más felices de mi vida, escuché el disco como unas diez mil veces sin que me aburriera. Me llevaba regalos de vez en cuando, ésta muñeca me la regaló cuando cumplí once años, chocolates y sobre todo libros de cuento que releía una y otra vez.

Pasaba escuchando a ratos la radio pero nunca pude escuchar en las noticias un reporte mío; parecía que a nadie le importaba luego de 8 años. Siempre me pregunté si todavía mis padres seguían buscándome, probablemente pensaban que ya no valía la pena, digo, luego de 8 años habrían perdido cualquier asomo de esperanza, yo también la perdí. Wolfgang a pesar de ser muy cascarrabias y gruñón, era alguien tierno y sensible; lo quería, era la única persona con la que tenía alguna relación.

Llegué a pasar meses seguidos encerrada en el zulo sin subir nunca, mi única compañía eran los libros de cuento, que tenían las páginas opacas de lo viejo que estaban y esas muñecas viejas con las que no juego desde los trece. Soñaba despierta todo el tiempo, era una de las cosas que más disfrutaba hacer. Cuando sabía que él no estaba en casa me ponía a escuchar música y a cantar y bailar frente al espejo del tocador, imaginándome un auditorio frente a mí, sus aplausos, su cariño; de repente todo el zulo se convertía en un escenario y sus paredes los múltiples ángulos donde yo me podía ver a mí misma encima de él.

Siempre me pregunté cómo sería mi vida si nunca me hubiera subido a ese carro blanco; tenía tantas opciones de vida que me entretenía días enteros hasta ver adonde podía llegar. “Bueno, tal vez si me hubiera casado con Ditter las cosas probablemente no hubieran resultado, ya que él siempre fue muy tonto al decir lo que pensaba, bueno al menos a los diez años. Si mamá, ahora que tengo tres hijos con Ostmark puedo llevarte a la riviera francesa al festival de Cannes. Muchas gracias querido público, ha sido un placer estar en Madison Square Garden, los amo. ¡Ahora todos me van a escuchar, soy la jefa de la brigada antimotín de las fuerzas armadas, yo soy la que doy las órdenes y todos deben obedecerme!

- ¿Qué haces?

- Nada, solo estaba jugando.

- Ven, ayúdame a limpiar el carro. ¿Lavaste el moho de la regadera?

- Si, lo hice ayer.

- Ah ok, ven…

-