Wednesday, January 16, 2013

La melomanía


Al hablar de música, nuestro pensamiento de músicos se encarniza de la misma forma cuando tocamos otros temas como la política o la religión. La música es parte esencial de nosotros, nos pertenece, nos guía, nos envuelve, y nos lleva a lugares que solamente hemos llegado a conocer gracias nuestro apasionamiento por ella.

Aunque no es un sentir exclusivo de nosotros, existen los verdaderos empresarios musicales que pasan horas trabajando para sacar adelante un proyecto, que muchas veces es dudoso si va a poder ser redituable económicamente. Del otro lado, tenemos a los fans, los melómanos, los que se enloquecen con una presentación en vivo, y los que lloran de emoción al escuchar una canción y vivirla como si fuera propia, como si fueran ellos los mismos protagonistas de este paralelo musical.

Es sumamente interesante el saber por qué una persona escucha determinado estilo musical, qué piensa cuando lo escucha, qué siente, por qué le atrae. Lo mismo que nos preguntamos nosotros los músicos. Si no hemos llegado a esa madurez de cuestionamiento, tenemos la obligación de hacerlo, responderle, razonarlo, vivirlo.

¿De dónde nació este sentir que nos empujó a ser músicos?, ¿qué hicimos primero?, ¿por qué somos unos melómanos empedernidos?... Hay que tener siempre presente que antes de convertirnos en músicos de profesión o en empresarios musicales, anteriormente éramos fans, que simplemente escuchábamos música porque básicamente era y sigue siendo nuestro modus vivendi.

La melomanía es una pasión singular de un sujeto hacia la música, que llega a sobrepasar los límites de la razón y el entendimiento. Esto último, es parte esencial de la magia del medio musical, elevarte a límites donde la razón no alcanza a llegar porque la música, muchas veces, carece de ésta. Sin embargo, para hablar un poco de la forma en que escuchamos, podemos remitirnos, a falta de mejor terminología, a tres planos distintos: 1) el plano sensual, 2) el plano expresivo, 3) el plano puramente musical, (“¿Cómo escuchar la música?”, de Aarón Copland).

Escuchar música por el puro placer que produce el sonido musical mismo, ese es el plano sensual, cuando ponemos música mientras trabajamos, mientras manejamos, etc. El segundo plano, es el plano de los fans, de los admiradores de las canciones de una banda, de un cantante o de una sinfonía, el que los hace sentir e identificarse. Ese plano que les transmite sensaciones, sentimientos, estados de ánimo que hacen de la música una parte indispensable e indisoluble de sus vidas; el plano en el que todos escuchamos.

Por último tenemos el plano puramente musical, técnico, ya que la música existe verdaderamente en cuanto las notas mismas y su manipulación. Es la forman en que escuchamos los músicos profesionales, muchas veces, olvidando a menudo los aspectos más hondos de la música, cayendo en una abstracción del pragmatismo musical. Ahora bien, nunca se escucha en un plano exclusivamente, de hecho la generalidad es relacionarlos entre sí y escuchar de las tres maneras a la vez, de manera instintiva.

La melomanía nació con nosotros y se manifestó a flor de piel en nuestra vida muy probablemente a principios de la adolescencia, cuando buscábamos refugio en el alud de canciones que escuchábamos. Seguramente esa etapa nos dejó una marca indeleble que nos inclinó a dedicarnos a la música, cualquiera que fuera la trinchera, ya sea como instrumentista, compositor, cantante, manager, productor, promotor, etcétera.

Sea cual sea, siempre el objetivo principal ha sido el de transmitir de manera puntal los sentimientos, las experiencias, pensamientos, que como parte de nuestra misma melomanía no pueden ser descritos con palabras, sino con notas musicales únicamente. Es por lo mismo que hay quienes se sumergen en no una, sino en varias “trincheras” para llevar a cabo la transmisión de lo que podríamos llamar nuestro subconsciente musical.

Dicha acción de abarcar más de un campo es realizada con el punto de eliminar cualquier limitación posible en el proceso creativo, de manera que ninguna idea en mente tenga excusa alguna para no llegar a “ser.”



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